"Son fieritas de cara, pero jugositas y dulces por dentro", me dijo la anciana con rasgos norteños, sentada frente a su puesto en la feria, sentenciosa y con aspecto de Pachamama de tiempos inmemoriales.
"He conocido a varias así", le respondí.
Y se rió la vieja pícara.
Estábamos hablando de estas naranjas, claro.
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